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Estar abrazado al Corazón de Cristo es sentirse seguro en medio de la tormenta


A punto de concluir junio, nos sentimos aliviados por haber podido descansar tranquilos unos días junto al costado abierto de Cristo.

Bajo la imagen simbólica del corazón, los hombres de todas las latitudes perciben el sentimiento del amor. Los hombres nos hemos puesto de acuerdo de que éste no solamente es un órgano vital, sino que personifica el sentimiento más noble de nuestra visa emocional. Sentirnos atraídos por el Corazón de Jesús es tanto como sentirnos atraídos por su amor incondicional, del cual nos dio y nos sigue dando muestras evidentes. Desde siempre, ha existido en el cristianismo una piadosa devoción del amor de Cristo hacia los hombres y del amor de éstos hacia Cristo. Desde los orígenes del cristianismo, el costado lacerado por la lanza ha sido objeto  de  piadosas meditaciones, que han hecho brotar lágrimas en los ojos piadosos y sentimientos emocionados de compasión en el corazón de los fieles.


En un determinado momento histórico este amor de Cristo, infinitamente amante y amable, se cristaliza en un símbolo, que no es otro que su Sagrado Corazón, para comenzar a ser objeto de devoción entre los espíritus selectos. En la “Vitis mystica”, atribuida a S. Buenaventura, encontramos pasajes inspirados que ponen de manifiesto esta sagrada devoción. De este tiempo son las visiones místicas de Lutgarda, la monja mística apasionada,  que entregada al amor de Jesús, recibiría favores y gracias especialísimas, entre ellas la de ser confidente del Sagrado Corazón de Jesús, que se le hacía presente de modo familiar. Un día, mientras charlaba con unas amistades, nuestro Señor se le apareció, mostrándole sus heridas, a la vez que le pedía que fuera toda suya. A partir de aquí, quedó prendada del Sagrado Corazón traspasado de dolor y ya no viviría nada más que para Él, lo que la convertiría en la precursora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y una de las primeras propulsoras. Años más tarde, ya en el siglo XVI, a otra gran mística le iba a suceder algo semejante, pero a mayor escala.


Margarita María de Alacoque iba a ser la elegida de Nuestro Señor para encomendarle la tarea de propagar la devoción a su Corazón Sacratísimo. 

Numerosas fueron las apariciones, hubo una muy especial ocurrida por la  festividad de S. Juan,  en que Jesús le permitió reclinar la cabeza sobre su pecho, al tiempo que le hacía sentir los prodigios de su amor, encomendándole la misión de que fueran  conocidos por todo el mundo. 

Ella misma nos lo cuenta con estas palabras: “Estando yo delante del Santísimo Sacramento, me encontré toda penetrada por su divina presencia. 

El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado”. 

Con todo, la aparición más relevante tuvo lugar  en la Octava del Corpus, un 16 de junio   de 1675,  en que Jesús le abrió de para en par su corazón para decirle:“Éste es el Corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio, de gran parte de ellos, yo no recibo más que ingratitud”. Palabras divinas, son éstas, que nos invitan a la reflexión.



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Estar abrazado al Corazón de Cristo es sentirse seguro en medio de la tormenta

A punto de concluir junio, nos sentimos aliviados por haber podido descansar tranquilos unos días junto al costado abierto de Cristo.




Bajo la imagen simbólica del corazón, los hombres de todas las latitudes perciben el sentimiento del amor. Los hombres nos hemos puesto de acuerdo de que éste no solamente es un órgano vital, sino que personifica el sentimiento más noble de nuestra visa emocional. Sentirnos atraídos por el Corazón de Jesús es tanto como sentirnos atraídos por su amor incondicional, del cual nos dio y nos sigue dando muestras evidentes. 

Desde siempre, ha existido en el cristianismo una piadosa devoción del amor de Cristo hacia los hombres y del amor de éstos hacia Cristo. Desde los orígenes del cristianismo, el costado lacerado por la lanza ha sido objeto  de  piadosas meditaciones, que han hecho brotar lágrimas en los ojos piadosos y sentimientos emocionados de compasión en el corazón de los fieles.

En un determinado momento histórico este amor de Cristo, infinitamente amante y amable, se cristaliza en un símbolo, que no es otro que su Sagrado Corazón, para comenzar a ser objeto de devoción entre los espíritus selectos. 

En la “Vitis mystica”, atribuida a S. Buenaventura, encontramos pasajes inspirados que ponen de manifiesto esta sagrada devoción. 

De este tiempo son las visiones místicas de Lutgarda, la monja mística apasionada,  que entregada al amor de Jesús, recibiría favores y gracias especialísimas, entre ellas la de ser confidente del Sagrado Corazón de Jesús, que se le hacía presente de modo familiar. 

Un día, mientras charlaba con unas amistades, nuestro Señor se le apareció, mostrándole sus heridas, a la vez que le pedía que fuera toda suya. 

A partir de aquí, quedó prendada del Sagrado Corazón traspasado de dolor y ya no viviría nada más que para Él, lo que la convertiría en la precursora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y una de las primeras propulsoras. Años más tarde, ya en el siglo XVI, a otra gran mística le iba a suceder algo semejante, pero a mayor escala.

Margarita María de Alacoque iba a ser la elegida de Nuestro Señor para encomendarle la tarea de propagar la devoción a su Corazón Sacratísimo. 

Numerosas fueron las apariciones, hubo una muy especial ocurrida por la  festividad de S. Juan,  en que Jesús le permitió reclinar la cabeza sobre su pecho, al tiempo que le hacía sentir los prodigios de su amor, encomendándole la misión de que fueran  conocidos por todo el mundo. Ella misma nos lo cuenta con estas palabras: “Estando yo delante del Santísimo Sacramento, me encontré toda penetrada por su divina presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado”. 

Con todo, la aparición más relevante tuvo lugar  en la Octava del Corpus, un 16 de junio   de 1675,  en que Jesús le abrió de para en par su corazón para decirle:“Éste es el Corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio, de gran parte de ellos, yo no recibo más que ingratitud”. Palabras divinas, son éstas, que nos invitan a la reflexión.

Después de todo lo visto, pudiera parecer que la propagación de esta sagrada devoción iba a ser cosa fácil y rápida, pero no fue así. A la muerte de Margarita quedaba reducida a ciertos ámbitos privados y comunidades religiosas. 

La Santa Sede, en consonancia con su tradicional prudencia, se mostró lenta y reticente. Ante la solicitud en el año 1729, de otorgar al Sagrado Corazón el rango de festividad propia, Roma se negó y había que esperar al año 1765 para que en Francia se la diera un cierto carácter oficial, siendo posteriormente el papa Pio IX, quien la declararía fiesta universal para toda la Iglesia en el año 1856, no cansándose nunca de decir “Predicad y difundid por todas partes la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ella será la salvación para el mundo”.

 El mismo es el autor de esta bellísima oración que reza así: “Ábreme, oh buen Jesús, las puertas de tu Sagrado Corazón, úneme a Él para siempre. Que todas las respiraciones  y palpitaciones de mi pobre corazón, aún cuando esté durmiendo, te sirvan de testimonio de mi amor y te digan sin cesar: Señor, te amo….. Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío”. A León XIII le cupo el honor de consagrar solemnemente a toda la humanidad al Corazón de Cristo el 11 de junio de 1899.

Al igual que el mes de mayo se conoce como el mes de María, el mes de junio se conoce como el mes dedicado al Corazón de Jesús y en ello ha tenido mucho que ver la devoción popular.  Razones poderosas no faltan para venerar la memoria del Corazón amoroso de Jesucristo. 

Aunque movible, esta festividad se celebra el viernes después de la octava del Corpus Christi y siempre suele caer en junio. En las apariciones a la monja Margarita María de Alacoque, fue el mismo Jesús quien así se le pidió con la advertencia de que debía consultar con el P. de la Colombiére y así se hizo. Por esta razón resulta lógico que sea éste el mes dedicado al Corazón de Jesús.

A punto de concluir junio, nos sentimos aliviados por haber podido descansar tranquilos unos días junto al costado abierto de Cristo, escuchando los latidos de su corazón y repitiendo una y otra vez con redoblado entusiasmo: “Sagrado Corazón de Jesús en ti confío”. 

Ha sido un tiempo de gracia,  bálsamo para nuestro espíritu cansado y lastimado por las heridas que nos va dejando la vida. En este mundo nuestro tan convulso necesitamos escuchar de boca de Jesús estas palabras de aliento “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” para así poder recobrar la paz y la calma que las preocupaciones mundanas y las prisas nos robaron.


Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net